martes, 6 de mayo de 2025

Lavanderas en Bizkaia

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Portada de la publicación

Esta entrada ha sido posible gracias a Santi Acera. Agradecemos tu contribución

Santi nos comenta:
Te adjunto información de una publicación del año 2006, en la que se dedica un capítulo a las lavanderas.
"Profesiones, oficios y tareas de las mujeres en Bizkaia. Imágenes de ayer y hoy"
Autoras: Arantza Pareja Alonso y Karmele Zarraga Sangroniz
Edita: Diputación Foral de Bizkaia
Te adjunto el enlace a la publicación y unas fotos que he extraído.
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©Euskal Museoa / Museo Vasco de Bilbao. Fondo Eulalia Abaitua. Se recogen en esta imagen varias facetas que incluía el lavado. La mujer de la izquierda posa con un gran montón de ropa; la siguiente escurre una prenda mojada y la de su lado golpea sobre la piedra la ropa.
CAPÍTULO 6.2. LAVANDERAS 
La lavandera fue uno de los oficios más peculiares y con mayor permanencia en la ciudad entre los ejercidos por las mujeres de las clases populares urbanas. El lavado de la ropa era una actividad ejercida por todas las mujeres, entendida como una parte del trabajo doméstico. Solamente en las ciudades se pueden encontrar mujeres que realizan esta actividad para otras personas a cambio de un jornal o salario. La falta de agua corriente en los domicilios, junto a la inexistencia de espacios adecuados en el interior de los edificios de vecindario, obligaba a realizar estas tareas fuera del hogar, en el río o en lavaderos públicos. Se trata de uno de los oficios más duros, peor retribuidos, y que, sin embargo, suponían un complemento indispensable para las economías familiares precarias. Hasta finales del siglo XIX, la limpieza de las ropas se llevaba a cabo en las orillas de los ríos. Las mujeres se arrodillaban sobre piedras o maderas inclinadas, realizando un trabajo muy penoso, ya que estaban en permanente contacto con la humedad y propensas a contraer enfermedades. Con el tiempo, se instalaron los lavaderos públicos por cuyo interior circulaba el agua, existiendo un número variable de puestos de trabajo individuales o “bancas” sobre las cuales jabonaban, restregaban y golpeaban la ropa. Estos lavaderos constituyeron una considerable mejora en las condiciones de trabajo de las lavanderas, ya que pasaron de estar arrodilladas y empapadas, a permanecer de pie sin estar sometidas a la constante humedad. Existían pilas pequeñas, individuales para el lavado y pilas grandes, colectivas para el aclarado. El trabajo a realizar consistía en ir a recoger la ropa sucia, previo recuento del número de piezas, y lo enroscaban alrededor de un trapo grande, transportándolo encima de la cabeza, en burros o en barreños de zinc. Una vez terminado el lavado, se dejaba secar la ropa extendida al sol sobre la hierba, o colgada con la vigilancia de alguna niña. Una vez que la ropa estaba seca, se estiraba y doblaba y se colocaba en cestas para transportarla camino de vuelta. El pago del trabajo era siempre a tanto de cada pieza, precio estipulado por las personas demandantes y que en general suponía siempre un monto muy pequeño. Los lavaderos públicos eran lugares donde se congregaban muchas mujeres a la vez y cuya actividad se realizaba con poca ropa, por lo que no estaba permitido el acceso a los hombres, ni siquiera a los niños y niñas. El primer lavadero público que se construyó en Bilbao fue el de Bilbao la Vieja en 1868, junto al puente de San Antón y el almacén de lanas. Posteriormente, fueron construyéndose más, a razón de uno en cada barrio importante de la ciudad. Su horario de apertura iba desde las seis de la mañana, (las cinco en verano) hasta las nueve de la noche, siendo estos además, centros de propagación de noticias y de intercambio de información entre las mujeres. La progresiva aparición de medios mecánicos para el lavado hizo desaparecer paulatinamente la figura de las lavanderas. En este sentido, en Bilbao, el municipio asumió una iniciativa aventurada a principios del siglo XX ya que construyó dos magníficos lavaderos mecánicos que permitían el lavado mediante máquinas en la Alameda de San Mamés (1907) y en la calle Castaños (1908).
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Postal que recoge la actividad de una mujer frotando la ropa en la piedra del río, y otra escurriendo ropa ayudándose de un palo clavado en el suelo, en la famosa fuente de Los Caños de Bilbao.
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©Euskal Museoa / Museo Vasco de Bilbao. Fondo Eulalia Abaitua, 1853-1943. En ocasiones, era tal la cantidad de ropa para lavar que se hacía necesario recurrir al transporte animal para trasladar la pesada y voluminosa carga.
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Si la tecnología ha hecho un favor a la mujer, éste se llama lavadora. Apretar un botón resulta sumamente sencillo; acarrear sacos de ropa, golpearla contra una piedra, sumergir tus manos en agua fría, restregar y frotar, escurrir y volver a acarrear los sacos supone un esfuerzo brutal. Repetido hasta la saciedad, un infierno. Bienvenida sea la técnica.
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Departamento de Historia Contemporánea, UPV/EHU. Sin fecha. Las condiciones en determinadas zonas obligaban a lavar la ropa dentro del río, incluso sobre los propios barreños. El frío y la humedad en los huesos era el coste que había que pagar por tener la ropa limpia.
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Aldeana frotando la ropa en un riachuelo. La forma más antigua de lavar se llevaba a cabo en los ríos. En muchos de ellos existían lugares acondicionados al efecto con grandes piedras para lavar.
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Fotografía reproducida en la revista Estampa. Imagen curiosa, en la que se observa a Dolores Ibárruri a la derecha de la foto, inclinada sobre un lavadero en Muskiz.
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La construcción de lavaderos, tanto privados como municipales, supuso una mejora en las condiciones de trabajo a la hora de lavar. Permitían no estar tan en contacto con la humedad, acercaba el lugar de lavado, y en el caso de los lavaderos cubiertos permitía lavar hasta lloviendo.
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Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares. Lavandería industrial en el Hospital de Basurto. La maquinización se introdujo a principios del siglo XX en lavaderos públicos y en los centros asistenciales de Bizkaia.
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Archivo fotográfico del Ayuntamiento de Leioa. Cedida por Milagros González Basáñez. Mediados de los años cuarenta en el lavadero del caserío Gaubeka en Sakoneta, Leioa.

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