lunes, 20 de abril de 2020

Los antiguos lavadores y la socialización de las mujeres

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Esther Tauroni Bernabéu

Doctoranda en Políticas de Igualdad, Licenciada en Historia del Arte, Técnica en Igualdad, Activista, Ingobernable, Investigadora y Mujer.

Humildes, sencillos, sin ostentosidades ni magnificencias, se comenzaron a construir, a principios del S. XIX y a semejanza de las mujeres, lavadores por toda la geografía española, y me refiero a semejanza puesto que, al ser espacios construidos en exclusiva para nosotras, no precisaban de la pompa ni los ornatos de la arquitectura patriarcal. Teatros, Círculos profesionales, edificios para impartir justicia, museos y hasta cafés han sido elevados para que el varón ocupara el espacio público y se han levantado con toda la magnificencia que se merece el macho. En éste caso descubrimos de nuevo el valor de la mujer fuera del hogar, una construcción básica, elemental, hasta “pobre”, diría yo, una construcción hecha para la mujer.

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El lavado de la ropa, como el de todos los cuidados, ha sido tarea tradicional de las mujeres y no para su comodidad, sino para evitar que estuvieran descontroladas por los ríos, se construyeron los lavadores en las ciudades. Y es que resultaba inmoral y pecaminoso pensar u observar como arremangaban sus faldas dejando a la vista sus rodillas, o dejaban al descubierto sus brazos, para no calarse hasta los huesos cuando trabajaban en los riachuelos. Además de indecente era toda una provocación para los hombres. Incluso una ordenanza municipal datada del 27 de marzo de 1548, del pueblo de Caravaca decía: “Ninguna persona, de ninguna calidad podrá acercarse ni de día ni de noche a los lavadores o hornos dónde estén las mujeres lavando o cocinando… y quien lo haga le caerá una pena de tres reales… y además de dicha pena estará tres días en la prisión”

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