martes, 15 de diciembre de 2015

La lavandería de la burguesía barcelonesa

Las mujeres de Horta convirtieron en oficio, hasta mitad del siglo XX, el arte de lavar la ropa

Testigo 8 La calle de Aiguafreda conserva casas con pozo y lavadero.
 Foto: Inma Santos
INMA SANTOS
BARCELONA

«¡La bugadera! ¿Qui té roba per rentar?» Así se anunciaban las antiguas lavanderas por las calles de Barcelona. Ya ha pasado a la historia, pero la esencia de este grito de guerra resuena aún en la memoria dormida de esta ciudad.

En Horta, el tiempo se detiene entre el siglo XVIII y mediados del XX en la calle de Aiguafreda. Al amparo del silencio se abre un pasaje de casitas bajas, donde los huertos florecen a su aire. Y en cada casa un pozo y un lavadero, o más de uno, abandonados a su suerte. Son las llamadas casas de las lavanderas, «de las pocas que han subsistido, pero había otras parecidas en la calle de Can Travi , en el torrente de la Carabassa y también en la Clota», explica Carlota Giménez, del grupo de historia El Pou. Son algunos de los vestigios de un tiempo en que Horta fue la lavandería de Barcelona, aunque «es en cierta manera un error, porque no se ha documentado la existencia de ninguna lavandera en esta calle. Este conjunto sería un ejemplo de cómo eran en Horta las casas en aquel tiempo», dice Mónica Díaz, miembro de la comisión Projecte Bugaderes, que hoy lucha por recuperar la historia de las lavanderas de Horta y su papel como agentes productivos de la sociedad barcelonesa del siglo XVIII a mediados del XX.

La Quimeta podría explicar bien ese pasado. Blusa blanca y falda con enaguas, delantal y fajín negro, con su cesta de ropa apoyada en la cadera, ya solo pasea su voluminoso cuerpo -4,140 metros y 61 kilos-- en días de fiesta. Pero tras la figura de esta popular giganta de Horta se esconde Quima Botey (1901-1983), la última lavandera del barrio, en activo hasta 1979. «Mi bisabuela ya lavaba ropa, y mi abuela y mi madre y sus tres hermanas. Yo misma comencé a lavar pañuelos a los 11 años y no paré hasta hace dos, cuando ya tenía 78». Así resumía Botey su vida en una entrevista publicada en 1981. Un relato sencillo de la vida dura de otras muchas mujeres de Horta.

En la Barcelona de los siglos XVIII y XIX había dificultades para hacer la colada a causa de la falta de agua y espacios adecuados. La burguesía y las clases medias encargaban este trabajo a mujeres de fuera de las murallas. Y gran parte de ellas venían del valle de Horta, núcleo privilegiado en aprovisionamiento de agua de calidad, donde había más espacio para lavar y tender. De hecho, el oficio más importante relacionado con Horta y la Clota fue, hasta principios del siglo XX, el de lavandera, que las mujeres ejercían como una manera de complementar la economía familiar, además de sus obligaciones domésticas.

Las pequeñas industrias de lavandería en la zona ( a principios del siglo XVIII había más de 80) recogían la ropa el lunes y la devolvían el sábado. «Muchas lavanderas de la Clota y de Horta hace unos 100 años se encontraban en la calle de Alarcón con el carro de Marcelino Oliva Yglesias e iban a Barcelona a llevar la colada limpia y recoger la sucia», explica Giménez. Llegaban a Barcelona cada lunes, precedidas de un carro con sacos de ropa y se reunían en la Canonja, en un hostal desde el que se distribuía la ropa limpia. Al caer el sol, con la ropa sucia cargada, volvían a Horta. Y tras siete kilómetros a pie, tocaba lavar. Un proceso que implicaba separar la ropa, marcarla y deslomarse horas y días en los lavaderos con las manos metidas en agua helada y lejía (ceniza de carbón vegetal),aclarar, tender, doblar, hacer cuentas y ... a Barcelona. En busca de más ropa, al grito de «¡La bugadera! Qui té roba per rentar?»

Visto en: elperiodico

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