viernes, 2 de enero de 2015

Las lavanderas del Diana Turbay

María Isabel Arias Cadena

Rafael Uribe Uribe es la localidad número dieciocho del Distrito Capital de Bogotá. Se encuentra en el sur de la ciudad y su nombre es tomado en homenaje al general liberal de la Guerra de los Mil Días, Rafael Uribe Uribe

De cómo día a día, mujeres de los barrios Diana Turbay y Rincón del Valle, de la localidad de Rafael Uribe Uribe, se reúnen en el lavadero del Diana Turbay para aprovechar el chorro de agua que sale de la quebrada Chiguaza.

Una llovizna tupida y fría, que parecía ser el preámbulo de un torrencial aguacero, me recibió de golpe al bajarme del bus. Apenas conocía este barrio de calles diurnamente tranquilas, de perros paseadores sin dueño, de gente trabajadora y sencilla.15

El recorrido comenzó despacio. Poco a poco las calles fueron contando sus historias a través del guía que acompañó mis pasos, quien a grandes rasgos fue esbozando un retrato hablado de ese territorio en el que creció, lleno de verde, agua, y libertad; allí donde todavía se encuentran casas a la orilla de un río sin tener que salir de la ciudad. De repente, mientras caminábamos cerca de un parque, el sonido que antecede a la imagen del agua que corre libre, me sorprendió en medio de la conversación; un sol tenue en lo alto del cielo intentaba disipar lentamente el preámbulo de lluvia. Supe entonces que siguiendo el borde del camino de agua encontraríamos a las protagonistas de esta historia.

A medida que avanzábamos por el camino de asfalto, el sendero de agua iba estrechando su cauce. “Los lavaderos deben estar cerca”, advirtió mi acompañante, y una joven mujer que divisamos a lo lejos, vestida de camiseta, pantalón corto y sandalias, mojada de las rodillas a los pies y llevando un carrito para mercar lleno de baldes vacíos, le dio la razón.

Luego de saludarla y de presentarnos empezamos a preguntarle sobre los gajes de su oficio, asumiendo de antemano que venía de lavar. Daisy, de 22 años, de manos enrojecidas y frías, sonrió antes de contarnos que lava su ropa allí desde que llegó al barrio, hace unos siete años.

“Y cómo no lo voy a hacer si me ahorro por lo menos la mitad del costo de la factura del agua”, afirma contundente. “Si quieren saber más de este sitio pregúntele a ‘la Melliza’, dicen que ella ha estado aquí desde siempre; vayan hasta el final de la calle, vive en la segunda casa a la izquierda”, recomienda Daisy al despedirse.

El planchón más colorido Antes de llegar al lugar señalado, un improvisado tendedero a la orilla del camino, equipado con un buen número de cuerdas llenas de ropa de todos los tamaños y colores, fue el feliz preámbulo del encuentro con el legendario lavadero del barrio Diana Turbay: un planchón de concreto de unos dos metros de longitud sostenido por tres columnas de bloques y ladrillos sobre un rústico piso de cemento. Allí reposa una poceta mediana donde se almacena el agua que cae a través de un delgado tubo, el cual emerge horizontalmente de la cadena de pequeñas montañas, paisaje y pared de este sitio.

El sol había recuperado su fuerza y ahora brillaba sobre una menuda y joven mujer de tez clara que lavaba, mientras tres jóvenes se lanzaban agua entre sí detrás de ella, sin lograr perturbarla.

Un aire limpio y tranquilo inundaba el lugar, seguramente efecto de la cercanía con el agua que todo lo renueva a su alrededor; la música de fiesta navideña a todo volumen invadía el espacio recordando la proximidad de esta fecha.

La imperturbable lavandera se llama Angie, tiene 24 años, dos hijos, y un compañero que la espera en un Renault azul modelo 94, parqueado en frente del lavadero. Él la espera para transportar los bultos de ropa y porque no son residentes del barrio. Vienen desde Guacamayas, barrio de la localidad de San Cristóbal, a considerable distancia. “Viene mucha gente de todas partes porque sabe que existe este sitio para lavar donde el agua es limpia y gratis”, dice Angie mientras le suma una camisa al montoncito de ropa que apila junto a ella.

Al preguntarle por ‘la Melliza’, responde con una sonrisa: “Pero claro que sé quién es, aquí es reconocida por todas las que lavamos como una de las más antiguas; ella se la pasa dando recomendaciones para mantener ordenado y limpio este lugar”. Continuamos el camino en busca de quien parecía ser la “lavandera mayor”.

’La Melliza’, guardiana del lavadero Unos metros más adelante llegamos a la casa señalada y preguntamos por ella, quien respondió desde el fondo de la humilde vivienda: “¿Y para qué me necesitan?”. Era doña Olga, de 50 años de edad, 4 hijos, 11 nietos, oriunda de Medellín, de mediana estatura, tez morena, cabello corto, carácter fuerte, mirada desconfiada. Vive allí, en el Rincón del Valle, desde 1976; nunca un nombre más apropiado para un lugar que poco a poco fue devorado por la ciudad, pero que todavía conserva parte del paisaje rural de la sabana.

Antes de comenzar a contar la historia del lavadero, da unos pasos fuera de su vivienda buscando la imagen del sitio para dar contexto a sus palabras: “Este nacimiento de agua tiene por lo menos unos 46 años de estar allí; los lavaderos los hice yo con ayuda de una política, doña Gladis y unos vecinos de la parte de arriba de San Martín. Aquí siempre hemos lavado nuestra ropa; antiguamente había muchas peleas, mucha basura, pero ahora es un lugar muy tranquilo, así como lo ven”, cuenta ‘la Melliza’, mientras se dirige despacio hacia el lavadero. “Yo por mi parte no tengo agua acá, un buen día asomaron los del Acueducto diciendo que yo tenía dizque agua de contrabando; después vinieron técnicos, ingenieros a ver qué era lo que pasaba y se dieron cuenta de que del contador hacia la casa ni tubos había”, añade.

Esta misma realidad la comparte buena parte de los habitantes de este barrio, cuya única fuente de agua potable es la que nace de la quebrada Chiguaza.

Volvemos al lavadero. Doña Olga se acerca despacio a la poceta de concreto que tantos pleitos le ha costado: “Nosotros hicimos esto aquí porque toda esta agua se iba para la alcantarilla, ¿se imagina?, cómo se le va a ocurrir que podemos desperdiciar esa agua; ahora estamos pensando en hacer otro pozo allí, pero necesitamos que más gente se una”. Como era de esperarse, por el Diana Turbay han desfilado todo tipo de personajes: políticos, autoridades, funcionarios, negociantes, todos con un interés distinto y a todos algo les ha pedido ‘la Melliza’ para contribuir al lavadero.

Fue así como consiguieron la poceta, el piso de concreto y el planchón sobre el que lavan. Tampoco han faltado los vivos que quieren hacer de este sitio un negocio, por lo que nadie llega al lavadero sin autorización de doña Olga. “La gente quiere solamente cobrar y privatizar, apropiarse de lo que ha sido de todos; mire, este es un nacimiento de agua muy bonito, que necesita mantenimiento para que pueda seguir siendo utilizado por todos. Esa es mi pelea, porque aquí la gente viene, se beneficia del agua, y después nadie se compromete a mejorar el lugar, no piensan en que todo esto no se hizo por obra y gracia del espíritu santo, todo esto vale y tiene que cuidarse”.

Y en una localidad donde no toda la población cuenta con servicios públicos, ella se erigió en guardiana de ese derecho ciudadano. “Todo el mundo dice que el pozo es libre; yo les digo: Sí, es libre pero todo lo que hay aquí y todo lo que falta cuesta. Ahora estamos diciéndole a la gente que viene a lavar que nos reconozcan $500 o $1.000 pesitos para pagar la malla que pusimos abajo y evitar que la alcantarilla se tapone con papeles; también estoy pidiendo que vengan a ayudarme a lavar todo esto, a quitarle toda esa lama que se va acumulando por la humedad; falta ver quién viene y colabora para mantener este espacio limpio”.

De inmediato nos ofrecemos para cumplir con esa tarea, y, al terminar, doña Olga nos despide con una bendición: “Vuelvan cuando quieran, y ojalá esté yo por acá, porque usted sabe que todo está muy duro. ¡Ay Dios mío, que no vaya a llover más porque se me está cayendo la casa!”, exclama mientras se dirige a su casa. “Ahorita mismo me voy a arreglar para ir a CityTV a denunciar lo que está pasando; yo no sé si es que están esperando a que la loma se nos venga encima para hacer algo, pero primero me voy hasta arriba para ver cómo está la gente”.

Visto en: banrepcultural

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